sábado, 23 de enero de 2010

En el auto de papá

La gente de vacaciones saca lo mejor y lo peor de sí misma. Desmasiado tiempo de convivencia con la propia voluntad enfrenta a cualquiera con sus manías más adorables y/o aborrecibles. Si viajar solo hace que uno aprenda a convivir de maravillas con su propio espíritu, viajar con la familia es un cachetazo limpio de inspiración genética: de dónde venimos y a dónde vamos con nuestro carácter...o a dónde preferiríamos no llegar. Yo siempre pensé que, como papá, por más sociable que fuera hay algo en mí de espíritu solitario.

Por primera vez en mi vida viajo con papá. Sí, ahora. Debe ser por eso que para mí las vacaciones familiares tienen un toque exótico, como descubrir algo de lo que todos hablan y que una no tenía idea de qué se trataba. Supongo que cuando todos se refieren a ese maravilloso combo de experiencias compartidas no contemplan que papá tiene una novia. A ver, señor, señora, si usted ya sabe que papá lo conocía a Luca, que cada tanto se va con los médicos solidarios de expediciones a Paraguay, que nunca la adolescencia en los noventas se va a comparar con las andanzas paternas a sus veintes, lo que le faltaba conocer de su padre es taratatáan...papá con novia de la mano en las excursiones. Este elemento convierte a mi ya viaje exótico en un viaje bizarro.

Entonces una que, de pronto, descubría lo que son las fotos en las que se posa en conjunto, la idea de coordinar horarios, la puesta en común de decisiones de almuerzos, ahora también descubre un rol nuevo que es ser la adulta con decisión en el medio de la complicidad del tortolerío.

Aquí llega, tal vez, la parte más interesante de la experiencia. El elemento para el que una no estaba para nada preparada. Papá, que toda la vida insistió en que una fuera libre como el sol cuando amanece, que tomara las decisiones que se le plazca a cada momento, que hiciera de su libertad un himno y que se hiciera cargo de sus elecciones y sus consecuencias, papá no contempló lo difícil que es aplicar tanta voluntad y diciplina existencial cuando una quiere fervientemente hacer la suya pero, a la vez, siente que tiene que coordinar con la prole rondante quichimil elecciones porque, por primera vez en la vida, estamos todos juntos de vacaciones.

Ayer, mientras le sacaba fotos a pollos, montañas, perros y familia, pensaba que lo bueno de la experiencia es que yo nunca viví la traumática experiencia de ser obligada a cargar una heladerita por playas desbordantes mientras familiares de toda calaña me obligaban a acoplarme a la voluntad de los adultos responsables. A esta altura, yo elijo almorzar sola y cenar con todos, estar callada durante horas y participar de las conversaciones cuando se me da la gana, irme a caminar al dique y volver sin dar explicaciones y saber que a la noche, papá y compañía me van a estar esperando con la cena sin preguntar más que lo necesario.

Si viajar solo hace que una descubra cuán complicado es hablar con una misma, viajar en familia desata las charlas con la una que una es para sí y para los otros que se acuerdan de una desde antes de que una tenga memoria, voz o palabra.

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