Mañana se cumple un año. Un año es mucho tiempo. A veces pasan cosas extraordinarias. De esas que no se explican y que es mejor que sean así. Cada uno le pone a esas cosas la interpretación que más le gustahay. Algunos piensan en coincidencias, otros buscan señales del destino. Yo pienso que son simplemente cosas que pasan y es esa su maravilla.
Vivimos rodeados de palabras. Decimos cosas que pensamos, lo que sentimos. Mentimos, ilusionamos, nos enojamos, engañamos, reafirmamos, seducimos, nos convencemos y todo con maravillosas palabras. Que aunque tienen un poder imposible, no son más que eso.
En cambio, cuando las coincidencias extraordinarias se suceden, hay algo que pasa. Que pasa efectivamente y está kilómetros por delante de las palabras que después van a explicar el evento.
Me acabo de acordar de ese día y yo y mi vestido violeta y mi collar de semillitas de colores y pienso que por suerte hay saberes a los que no se puede acceder. Espacios de un conocimiento imposible para el que no hay fórmulas ni hechizos ni manuales ni cadenas de razonamiento que nos permitan entrar.
Algo se escapa en todo lo maravilloso. Como palabras mudas.
Mientras las palabras nos hacen ruido, música o murmullos, las acciones hablan. Las que ejecutamos. Las que se ejecutan más allá de nuestro poder-hacer.
Algo gira sin que pueda explicarse.
Algo nos deja en el lugar exacto en el momento indicado.
Y después, mucho después, vienen filas de diccionarios a razonar los hechos, a volverlos poesía.
Debe ser que todo pasa por algo y de todo, incluso de lo más callado, podemos aprender.
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