jueves, 22 de mayo de 2008

Adoro las 8

Una nunca piensa que puede olvidarse, pero se ve que así son las cosas. Hoy me olvidé de que tenía que ir a trabajar. Me desperté a las ocho segura de que no era necesaria la corrida, de que era viernes. En cierta forma estoy acostumbrada a improvisar en clases matinales. No me gusta la mañana, me cae mal, hasta el café me hace doler la panza antes de las once, y eso que yo con el café me llevo bien. Lo único que tenía que hacer era llevar un par de papeles, hacer como que explicaba los ejercicios. Pero me olvidé, salí tan rápido cuando me di cuenta de que ya eran las 9 menos cuarto y yo seguía paveando.
Me acuerdo demasiado de cosas sin importancia, pienso como excusa. O tengo demasiadas cosas importantes para acordarme. Da lo mismo. Mi hermano tuvo que venir corriendo a traerme las carpetas y yo casi sin saludarlo se las arranqué de la mano, entré a la fotocopiadora, me tomé un Cepita mientras la señora renga sacaba 3 copias, me di cuenta de que tenía el pulóver al revés, corrí dos cuadras intentando sacarme el pulóver, darlo vuelta, ponermelo sin que se me cayeran las fotocopias, entré a mi curso y saludé sin recuperar la respiración y sin darme cuenta de que el aula estaba vacía.
Me preocupa pensar que llegué a un punto en el que no distingo una sombra de un ser parlante. Más me preocupa haber corrido seis cuadras para solucionarle la vida a gente que la tiene más que solucionada. Al final no tiene importancia, no tieen el menor sentido. Mis alumnos se tomaron el día y se fueron a Colonia, parece. Ni se molestaron en llamarme o mandar un mail ni nada. SI me muerde un perro o me hago Hare Krishna en una de esas en nada afecte eso sus vidas. Y está muy bien que así sea. Pero una que da la cara en la profesionalización de la enseñanza debe simular que un curso vacío le da lo mismo. Más cuando corrió toda la mañana. Un mozo agradece si no tiene clientes molestos, una secretaria ruega que no suene su teléfono, qué más quisiera un colectivero que hacer viajes sin pasajeros que repitan "noventa" cada treinte sagundos.
A pesar de todo, lo raro, es que uno intenta encontrarle sentido a lo que hace, y espera que los otros también se lo encuentren. Siempre hay un ida y vuelta, hasta la señorita que teje punto cruz en Utilísima imagina que hay otra señorita, del otro lado, copiando sus movimientos con gracia y lana verde. Una no debería olvidarse de despertarse y darle sentido a las cosas que lo tienen para una. Y son tantas. Así cuando desaparezcan todos y se vayan de excusrión a Busquebus una se arme un barquito de papel con als fotocopias y les desee buena suerte y hasta pronto. Y cuando vuelvan, con esa carita de vacaciones pagas, la profe recopada se haya ido a Katmandú a verificar la real existencia de los elefantes. Porque esas cosas, en definitiva, son las que una quiere querer.

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