domingo, 6 de abril de 2008

Rivadavia

El sábado fui al Parque R. que es lo que suelo hacer cada quince días. Cuando una ya pasó la sopresa inicial de encontrarse con el libro que se compró ahce tres días -pero, aquí, a mitad de precio-, un libro dedicado a algún editor, un libro robado de una biblioteca, un libro que suponíamos agotado, un libro que leímos en la primaria, y/o en la secundaria, un libro de poemas cursis, un libro de imágnes maravillosas, un libro manchado con sangre, un libro que contiene .-oculta entre sus páginas- una carta de amor, cuando ya nos topamos con todos esos libros así como si nada, como quien no quiere la cosa, sábado tras sábado seguro seguro que aparece algún otro nuevo/viejo libro que amerita la visita al parque porque si algo nos da, o me da, además de la aventurera hazaña de revolver hasta encontrar mi presa del fin de semana, es esa sensación extraña de saber que hay ahí algún libro, que antes de poder llegar a ser nuestro, fue de otro alguien que también le dedicó parte de su vida al leerlo. Entonces yo, con mi metro cincuenta y cinco, torpe y golosa, comparto con un alguien este cachito de libro maravilloso que este sábado se materializó en los poemas de mi queridísima Alfonsina. Y ya somos tres, Alfonisa, yo y el/la otra que hizo marquitas en los versos. Vaya a saber una para quién iban los suspiros entonces, yo por las dudas le puse mi nombre, para que el que lo encuentre luego sepa que fui yo la que dibujó las estrellitas profanando el borde derecho.

PD: Mientras escribo esto, escucho a mis vecinos dando detalles explícitos de su reciente relación con una Mirta. Pienso, cuánto Alfonsina les falta a estos muchachos, en una de esas después les toco el timbre para que aprendan de qué la va enarmorar(se)

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