En un momento este blog fue un diario. Ridículo como programa, ya que nunca creo haber escrito nada tan íntimo, sólo momentos que quería compartir. Hoy es uno de esos días en los que me gustaría poder decir y no me sale nada. Y me gustaría poder tachar entradas viejas y me digo a mí misma que los momentos de felicidad hay que valorarlos y nunca renegar de ellos. Tengo que escribir una nota. Tengo que hablar desligada de mí misma, escindida de todo lo que sentí en las sucesivas horas, como si eso se pudiera quedar afuera. ¿Cómo voy a escribir de la felicidad de ver piruetas en esas circuntancias y todo lo que pasó después que nada tiene que ver con el esplendor ni tampoco evitarse cuando pienso en desiluciones?
Sería la propuesta algo así como el sexo sin amor, el placer de la escritura privado de todas sus sensaciones, la redacción, la crónica pura sin que yo sea yo en un acto de presencia.
Un cuerpo se puede partir, llenar de cicatrices, achicharrar...pero un cuerpo nunca se puede separar del alma que lo completa mientras respira. Porque uno es uno y el mismo cuando huele el olor de pasto recièn cortado que cuando ese olor dispara una serie infinita de sensaciones. La escritura tampoco puede separarse del cuerpo del que deja caer las pàlabras, de la mano que teclea cada letra, de la respiración que acompaña los momentos de soledad frente a la pantalla. Yo quiero escribir como amar como transitar todo este revoltijo. Quiero ser una. Así me cueste el silencio a veces y el dolor, otras. No creo que exista otro modo de que cada palabra valga lo que dice y haga temblar al cuerpo.
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