Mi amigo D dice que yo elijo sentarme a los pies de los olmos esperando que caigan las manzanas. Y veo manzanas rojas rodar desde los manzaneros hacia mí, pero aún así creo que algún día, por arte de mi magia, los olmos me darán las prometidas manzanas.
Puede que tenga razón.
Hoy subí al mirador y me puse a pensar en las catorce veces que este año me di la cabeza contra la pared. Y la pared, lo juro, es dura.
Parte del problema es mi perseverancia. Suelo ir una y otra y otra vez atrás de lo mismo, cambiar el camino, encerrarme en caballos de Troya y todavía otra vez volver a intentar hasta conseguir lo que quiero. Y a veces lo que uno quiere, cuando lo tiene cerca, se desarma como el Mago de Oz.
Mi amigo D dice que viene el viernes a casa a cerrar una zamba. Yo me pregunto por qué mi Gran Olmo 2009 ignora que yo sé cantar y afinadito cuando él millones de veces tocó su guitarra al lado mío y yo no pronuncié palabra.
Otra arista del asunto es que los Olmos de Oro miran hacia el sol que los alimenta y hacia el suelo que les da de comer, aunque rara vez perciben una presencia de otro mundo que les suplica una, aunque sea una, manzana.
Mi amigo D me pregunta por qué yo nunca quise titular mi relación con mi Gran Olmo y yo le respondo que ojalá creyera en los títulos nobiliarios. Ojalá un título diera cuenta de la vastísima y compleja variedad de vínculos en los que uno puede enredarse. D me pregunta qué es una manzana para mí. Y yo le respondo que para mí una manzana es lo que para mi Olmo una hoja de invierno. El problema es que yo no soy una hormiga, si no, estaríamos de lo más bien.
Hoy volví de la estancia donde mi amiga M va a celebrar su casamiento. Mientras miraba la ruta pensé en todas las infinitas veces que me equivoqué por ser tan terca como soy de creer que las cosas deben tener un orden, las personas un accionar correcto y cuán ridículo puede ser sentirse mal un día por casualidad del destino y que dos pequeñas líneas de fiebre hagan que todo un vínculo vuele por los aires.
Y a veces pasa.
Con cuarenta grados de fiebre las hojas de otoño son manzanas, una se transforma en feliz hormiga y los Olmos nos escuchan cantar zambas a sus pies.
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