Capturarlos sonriendo.

Hace unos años con unos amigos estábamos aprendiendo a sacar fotos. Teníamos dos cámaras y tres rollos. Nos turnábamos para sacar, posar y sostener las luces. Compramos entre todos -éramos 6- los rollos y entre todos pagamos los revelados. Cuando tuvimos que entregar los trabajos cada uno eligió 3 fotos sin saber exactamente quién la había sacado. La amistad es algo como eso. Sacar 72 fotos de un momento y confiar en que la mirada del otro puede guardar el recuerdo de uno y que, incluso si uno se olvida del momento, siempre va a permanecer en el otro como un espacio compartido y consentido. Compartir y consentir en el tiempo es parte del juego.

A veces pienso que es cada vez más difícil conocer a la gente. Una piensa una cosa y resulta otra, o hay que desenvolver mil capas de cebolla para llegar al corazón de quien tenemos viviendo al lado o con quien compartimos algun fragmento. Por suerte yo sé quiénes son mis amigos porque son perfectos con sus mil imperfecciones y yo puedo ser así también para ellos. Me vieron llorar, reirme de pavadas, avergonzarme de tonterías, enfurecerme por nimiedades, angustiarme con causas injustas, desfachatarme durante noches en vela y seguir siendo yo con mis dudas y complejos, días arriba y abajo, decisiones estripitosas de por medio y sentimientos saturados.

Los adoro con el cariño más profundo y agradezco que la vida los haya metido en el medio. Hoy compré un rollo nuevo y prometí sacarles fotos para poner en mi casa nueva. Y capturarlos sonriendo.