Bufanda naranja

Estoy leyendo un libro hermoso de poemas hermosos de esos que son como flechas que van directo al punto, que dicen lo que yo quisiera que alguien diga porque yo no lo puedo decir así. Me maravilla. Hoy puedo ver por fin las cosas buenas, ayer me pegué un susto fabuloso. Ayer realmente pasé una noche fea y casi no dormí. A la mañana fui a trabajar. Mis alumnos me recibieron con su cara bovina de almohada y yo les tuve que contar. Me dediqué 20 minutos a contarles mi noche y, por un segundo, dejaron de ser tres extraños de nueve de la mañana para convertirse en tres amigos. A veces lo más obvio es lo que está al lado y a veces no, como cuando descubrimos a la gárgola de la Iglesia de nuestra cuadra se ñe cayeron las alas o que el diariero de la esquina usa una bufanda roja que acusa horas de tejido. Ayer me di cuenta lo poco que tengo de Penélope. Jamás podría estar quieta. Aunque teja y sepa el punto santa clara. Yo soy de las que se tomarían el barco y de las que hay que atar para que no salgan corriendo atrás del canto de los Sirenos y también de las que no olvidan que hay alguien esperando. Hay veces en las que un viaje en colectivo nos puede cambiar la vida, en las que un susto también, en las que hasta cada minuto se hace acreedor de un potencial punto de giro. Hoy me siento bien, a pesar de todo. Realmente sin rencores, ni llantos, ni malos recuerdos me siento bien como se deben sentir las flores cuando se deshojan. Y yo no siento que se perdió el tiempo, el tiempo siempre se gana, se resguarda, se hace piel. El tiempo es lo que nos hace lo que somos y también lo que nos hace lo que vamos a hacer. Y les dije a mis alumnos, después de contarles de las llamadas de toda mi familia y el pánico, les dije algo que en verdad me lo decía a mí misma. No se trata de perder el tiempo, se trata de hacer con él las cosas que, salgan bien o mal, queremos. Y lo que queremos, si lo queremos, nos hace, como el tiempo, ser.