domingo, 4 de mayo de 2008

El domingo todos somos directores.

El cine en su capacidad más evasivodimertimental se inventó para los domingos. No hay otro día con esa capacidad de volver cualquier puliculucha mala, con pésimo argumento, saltos de eje y actores de quinta en una obra maestra que apunta directo al ocrazón.
Lo que me encanta de estas películas es como soy yo cuando las miro: me pongo mi piyama, como rockles eligiendo los colores, uso mis medias de mariposas y no le pido nada de nada a la película, sólo que me entretenga. ¿Está mal eso? ¿Debería sentirme menos sapiente/solemne, debería no empañar mis anteojos de marco rojo con lagrimitas sentimentalosas? No. Porque sin gente que paga su entrada para ver en el cine las películas que yo miro -I confess- pirateadas, tampoco se podrían financiar ciertas películas en cámara lisérgicolenta que hacen que una entienda a las monjas de clausura cuando se siente como un domingo y una quiere algo que la distienda.
Mañana es lunes y yo vuelvo a mi formato academia. Así que hoy tomo mi último vaso de Coca Light -perfecta para comer con Rocklets- y brindo con la pantalla por las comedias y los melodramones.