martes, 29 de abril de 2008

Una perlita Parte II, o por qué odiamos a los dentistas.

Hoy fui a terminar mi tratamiento odontológico y entré con un objetivo claro: cual investigadora decimonónica iba a desentrañar por qué ese lugar es tan detestable incluso cuando lo que me iban a hacer no tenía por qué ser algo doloroso. Para no perderme hice una lista que comparto.

1) Cuando la puerta se abre las impresiones que uno recibe son tres y apelan a diversos sentidos: el ruido del torno de algún paciente sufrido, el olor a pesticida y la cara de café amargo quemado de la secretaria.

2) Las revistas de la sala de espera eran: una de golf, otra Paparazi del Bailando por un sueño versión 2007 y otra de odontología con fotos ilustrativas de aquellos problemas que rogamos no nos afectes -y fotos de cirugías por si faltaba algo.

3) Mientras entregamos el carnet de la obra social vemos sin mucho esfuerzo un cartelito sonriente de un banco que ofrece financiación para los tratamientos y, se sabe, ningún banco se esfuerza por sacarle fotos a las sonrisas por dos chirolas.

4) Al entrar al consultorio, la silla tiene algo de cámara de tortura, llena de cablecitos raros y herramientas que no le faltan a cualquier carpintero que se precie: destorinlladores, martillos, pinceles y clavos sofisticados.

5) Lo que nos meten en la boca siempre SIEMPRE tiene un gusto a remedio vencido o a veneno matacucarachas y si te dicen que tiene gusto a frutilla, en verdad, tiene gusto a detergente de frutos del bosque. Y el vasito, sí, el vasito de plástico que dan para enjuagarse siempre, SIEMPRE, tiene menos agua que la necesaria para sacar ese gusto espantoso.

6) Los odontólogos mienten y mienten lindo, si te dicen "yo amo mi trabajo" o es un sádico o ama su coche cero Km, otra explicación no hay, nadie disfruta escarbando en los dientes ajenos y menos que menos si están adoloridos, nadie disfruta viendo escupir, llorar, atemorizarse a un desconocido. Y para colmo te hablan, como si no supieran que una corre el riesgo de perder la lengua en el torno si responde.


7) Y cuando nos vamos, felices de irnos de una vez, al pedir el turno la secretaria nos informa, mientras se acomoda los anteojos en la nariz y podemos apreciar la muestra de perfume Avón que su colega le acaba de poner en la muñeca, que no tiene turno salvo, únicamente, sólo el día que pensábamos ir al cine/visitar a una amiga/ dar un examen o ser felices, simplemente felices, porque la felicidad en ese nosocomio es poco menos que un sentimiento postergable.

1 comentario:

Maria Turner dijo...

yo amo ir al dentista y el ruidito ese del espejito chocando contra mis dientes. soy rara?