lunes, 12 de octubre de 2009

Síndrome Sara Kay





Una vez por semana pienso en tener un limonero, tres perros, un conejo, hacer mermelada, usar vestidos con flores, caminar en el pasto, coleccionar flores en libros y cultivar zanahorias.

En general esto me pasa los fines de semana y mi costado feminista e independiente se siente resentido.

A estos pensamientos le sigue otra serie: ser pilota de avión, estudiar mecánica, anotarme en una asociación feminista y opinar con desconocimiento de causa sobre el último partido de Argentina que no vi en algún bar mugriento.



Ayer quise arreglar una ventana y, por hacerme la cocorita, me agarré un dedo. Me mordí el labio de dolor, se me cayeron un par de lágrimas, me puse una toalla con dos hielos de estrella y me la banqué estoica hasta hoy.

Llego a la casa de mi madre y le armo una escena sobre todo lo azul que está mi dedo y lo mal que me siento porque no pude arreglar la ventana.

Mi madre, mira mi dedo, lo evalúa con mirada profesional y yo le digo que me duele un montón y que no puedo tipear y que cuando me saque el esmalte rojo se va a ver la uña azul y que todo es por la ventana de porquería y la lluvia y bla.

Mi madre decreta: "no lloriquees Jime, tenés un dedo con sangre azul de princesa"

y después una se pregunta de dónde sale como sale y por qué es como es.

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