jueves, 3 de septiembre de 2009

No atender

Que ir hacia mis sentimientos sea una excursión voluntaria y no un arrebato.
Me encantaría ser más cuerpo y que me importe menos.
Pero soy yo todavía cuando llaman los que llaman y reclaman.
Como si yo fuera un amplio comedor lleno de sillas que se van ocupando.

No me puede dar lo mismo.
No me da todo lo mismo.
Y me cuesta cada vez más, porque la cantidad de elecciones se duplica, se triplica y una se mira al lado de la ruta viendo si tomar el colectivo, hacer dedo, viajar en tren.

Las charlas de esta semana me superaron. Todas y cada una. Y la gente te puede lastimar queriendo o sin querer. Y una lastima del mismo modo. Y hay poco de voluntario.
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Es como cuando alguien se ahoga y te manotea la camisa para aferrarse. Y en el fondo caemos juntos. Todos.

¿Es tan difícil acordar? Digo. Hablar. Negociar. Ta te tí. Una y una. Compartir. Acordar.

Me es tan difícil hablar a veces. Cómo digo que no puedo dejar de sentir lo que siento. Y si me siento feliz, me siento feliz y me gustaría gritarlo. Y si me siento triste, me siento triste y me gustaría gritarlo también. Y hay días en los que lo único que se escuchan son aullidos. Dos lenguajes, tres, diez. Debe ser todo el tiempo que paso sola escribiendo en hojas que no existen más que en una pantalla.

Tengo miedo. Tengo una ansiedad que me carcome. A veces no sé a dónde voy ni por qué. Tengo muchas cosas que hacer. Muchas cosas que me demandan. Tengo ganas de escuchar. De saber qué pasa. Qué te pasa. Tengo ganas de entenderme con el mundo alguna vez. Tengo ganas de contarle a las esquinas lo que me pasó ayer.

Creo que lo que más me gusta de bailar es el acuerdo tácito de decir todo en cinco minutos y veinte pasos. Y después queda la complicidad de lo que fue. Y la promesa de lo que podría ser. La vida a veces es igual. O tan al revés.

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