jueves, 24 de septiembre de 2009

Deadline

Hoy me levanté a las ocho. Me acuesto a las 3, me levanto a las ocho con el sol. No vale tener insomnio y ser fotosensible. Estuve todo el día entregando trabajo atrasado, respondiendo mails atrasados, llamados atrasados. A la noche, pensaba dedicarme a las salidas atrasadas pero mi cabeza me dijo algo así como "basta querida", llamé a los chinos, me dispongo a mirar una película pésima en breves instantes y disfrutar que puedo ser feliz en una cama gigante comiendo comida oriental occidentalizada y viendo arte trashero para las grandes masas. Y lo soy.
Antes de escribir este post suena el teléfono. Por supuesto que atiendo, desde ya que la depresión irrumpe tras la línea y yo no sé qué decir. Recomiendo mi combo, que a mí me funciona, y le sumo un cuarto de helado de chocolate que nunca viene mal para una amiga con mal de amores. Recomiendo un disco de los Beatles, una salida a Temaikén, un paseo por la costanera sur, una bolsita de caramelos mediahora, siete vestidos del Ejército de Salvación.
Tampoco. A ciertas angustias ajenas no hay con qué darles.
Le pregunto si quiere venir a mi casa, le presto la pared pizarrón: puede descargarse insultando con tizas de colores. También le puedo prestar a Simba que ronronea cuando no está visitando techos de los vecinos. Tampoco.
Me acuerdo de hace un tiempo. Entiendo y entiendo todo.
A veces el tiempo es la condena más cruel y el más tierno remedio.

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