martes, 14 de octubre de 2008

Será que

¿Las cosas pasan por casualidad? ¿Se le puede echar la culpa al azar, a la contingencia a la pura purísima suerte? En todo caso no tiene el menor sentido preguntarse esto. Ahora está lloviendo y yo estoy escuchando las gotas que golpean en el techo de chapa del lavadero. Debería estar durmiendo o por lo menos escribiendo el trabajo que me tiene sin dormir. Cada vez que llueve pienso que me gustaría vivir al lado del mar y ver cómo las gotas se clavan en las dunas. No me molestaría mojarme. Debe ser por eso que me la paso escribiendo sobre chicas que se van de viaje solas al mar. Aunque sea una cursilería. Hoy un profesor dijo, a cuento de algo que nada tiene que ver con mi estado de ánimo, que no se puede tironear de una semilla para que salga un brote. Y puede que sea cierto. En una de esas la suerte no tienen nada que ver, en una de esas hay cosas que por más aleatorias que parezcan en el fondo son naturales. No hay nada más natural que sentir. En eso todavía nos diferenciamos de las máquinas y nos acercamos a las margaritas, los perros y los bichos con alas, de esos que se acercan fatalmente a la luz aunque se quemen al llegar a rozarla. Me acuerdo de un poema de Darío y sé que a Darío le causaría mucha gracia o mucha tristeza un día tan de lluvia con mi perra empapada haciéndose la dormida. Hasta ella puede decidir no estar despierta. Se trata de eso, en definitiva, frente a todos los azares del mundo se trata de cómo nos paramos, como los mairneros que arrean las olas como si fueran ovejas blancas. Hacia qué mudnos queremos llevar este bote de remos rojos en el que solemos navegar. Y hay días en los que vamos por lagunas calmas. Y otros en los que llueve. Es cuestión de bajar las velas, mover el timón y saber que nada es en vano, incluso la casualidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me re gustó.
sobretodo en la parte que dice que podemos elegir cómo plantarnos a las cosas.

un beso jime