martes, 8 de julio de 2008

YA

Antes de irme a dormir hago una lista de las cosas que tengo que hacer al día siguiente. Incluyo posibles, probables e imposibles, casi como si las obligaciones -en mi concebir -tuvieran el tupé de poder volverse opciones y yo, cual maratonista que nunca alcanza la meta, pudiera ir eternamente tras ellas.

En mi lista de hoy había varias entre ellas que pasaron para mi lista de mañana: ir al banco, a la Afip y a la depiladora

Otras que no estaban en la lista y se dieron: terminar un artículo, hacer la tarea de francés, terminar de leer El pasado, comprar la comida para La Garbo.

Ya que estamos les dejo algunas de las que vengo acumulando hace más de tres meses: escribir a.... y.... que están en ....... y .........

Me da mucha bronca no tener tiempo para la gente que quiero, más aún cuando los últimos días me dediqué a cultivar una gripe hermosa con la cual conviví como si hubiéramos firmado un tácito pacto matrimonial, que yo intenté romper con antibióticos, tés y series malas de televisión.


El tema es que a veces no sé qué decir. Me siento bastante injusta si mando un mail contando boludeces diarias como que me pasé el día limpiando el pis de La Garbo o que me quedé muy contenta por cómo salió el ciclo de poesía la última vez, no? como que si un amigo al que no ves hace 6 meses te dice que ayer almorzó milanesas la inminencia del detalle hace que la trascendencia sobre la que se construyen las amistades a largo plazo tenga el mismo destino que las necesidades de la perra. O sea, uno espera algo más, o yo por lo menos pretendería decir algo más. La cuestión entonces, es que eso me obligaría a ponerme reflexiva. Tendría que sentarme a pensar de seis meses hacia atrás qué acontecimientos de mi biografía deberían ingresar en un reporte amistoso, ejemplo: tengo una perra y el pez no se me murió y eso que la perra no entiende que la pecera no es un bebedero.

El tema es que el estado anímico no tiene la consistencia del acontecimiento pero se deduce, a su vez, de lo que contamos. Ante un mail lleno de anécdotas y trastabilleos lo primero que uno puede pensar de un amigo es que hay algo de lo que no quisiera hablar como, por ejemplo, qué quiero hacer con mi vida, más allá de lo que mi vida quiera hacer conmigo. Los amigos de larga data saben estas cosas y por eso son los primeros en decirte "basta de rodeos, al grano" y esa clase de cosas.


La cuestión es que ya debería estar mudada. Se suponía, estaba planificado y eso. Es hora de decir, para que lo sepan todos, que el momento en el que uno se muda no coincide emocionalmente con el momento en el que desembarca en un nuevo hogar. A veces pasan meses hasta que uno no está mudado de hecho aunque duerma entre paredes extrañas. Lo mismo pasa con el amor, podría pensar, pero como comparación roza lo cursi y pelotudo. Aprovecho el arranque de inspiración y asumo que voy a usar el post de mail. Sigo, al contrario de la última vez que me fui a vivir sola, esta vez siento que algo en mí ya se mudó aunque mis cosas sigan acá. Tengo libros embalados, ropa embalada, fotos y chucherías en sus respectivas cajas de tránsito. Y yo estoy acá.
Uno no se viste de mudanza, lamentablemente, pero todo el universo tangible que a uno lo acompaña sí, se disfrada de quietud, de pasividad, se esconde, se retrotrae y eso genera en el mudado una sensación de inestabilidad drástica.

En cierto momento nada está dónde debería, pero a la vez no sabemos dónde es que debería estar. Y por esa deliciosa y puta cuestión de la vida tenemos que decidir, ejecutar, activar, impulsar mil pequeñísimos detalles que hacen a que los objetos estén donde deben y donde deben sea donde nosotros queremos que estén.

Y hasta que no decidimos, como hasta que no decimos lo que queremos decir a los amigos lejanos, es muy difícil que se restituya el universo que, a su vez, siempre va a ser otro universo del que dejamos cuando nos fuimos de acá.

1 comentario:

Vivian dijo...

YA te vas a mudar jimenita!!

besoteeeee