sábado, 24 de mayo de 2008

Algodoncitos

Hoy no tengo ganas de nada. No quiero leer. No quiero salir. No quiero mirar una película y abrí catorce veces el mail para ver si em había ganasdo un viaje. Pero no.
Ya hablé con mis amigas, con varias. Y no tuve ganas ni de la conversación. El frío de esta manera no me gusta. Para el frío quiero otra cosa.
Fui a un bar, a mi bar. Tomé un café y volví. San Cristobal está gris.
Tengo planes para la noche. Sé que voy a salir y va a estar todo bien. Tal vez hasta baile, me encanta bailar. Estoy jugando a la adolescencia. Tal vez me quede en casa tratando de hacer algo que no requiera mucha concentración. Tengo dvds con series que podría ver. Los reservaba para otro momento, pero si me quedo en casa los voy a ver.

Ayer fui a un casamiento y me invitaron a otro. Había estado todo el día en mi casa terminando trabajos pendientes. No hacía tanto frío como hoy y tampoco tenía tantas ganas de putear un rato.

Lo peor es que una es autodependiente. Si no fuera porque uno mismo se arma los embrollos la vida sería maravillosa. Pero hay que reconocer que a veces uno se esmera y después sale corriendo al resto del mundo para pedirle auxilio. Cuando me presguntaron cuál era el sentido, creo que no dije nada por no decir ninguno. No hay sentido en la mitad de las cosas que hacemos. Sí sentidos, pero esa es otra cosa.

Hoy en el bar había un viejo de unos noventa años hablando con la hija por celular. Era la hija porque le dijo "hija" reforzando el vínculo. Le pedía consejos sobre qué hacer porque a su esposa -madre de la hija, de hecho dijo "a tu madre"- le había sangrado la nariz esa mañana. El hombre que estaba solo en el bar le pedía a la hija que fuera a visitar a la madre más seguido. A veces el amor está lleno de necesidades. Hay ciertas necesidades que se satisfacen, pero hay otras que necesitan presencias constantes. Tal vez la señora podría llamar a la hija directamente, o no se atrevía o ni siquiera manifestaba necesidad de verla. Pero el señor con boina y patillas blancas se había tomado la molestia de llamarle la atención a la hija y no por él sino por su esposa. Había oficiado de mensajero de una necesidad ajena y, si lo había hecho, era porque sabía perfectamente lo que la madre necesitaba.
Se ve que la hija insistía con que le pusiera algodones en la nariz porque el viejo le dijo "con un algodón no se soluciona nada"
Y puede que sea cierto. A veces las cosas no se solucionan con algodoncitos que retienen lo que quiere salir. A veces, es mejor que sangre.

1 comentario:

Julieta dijo...

Hermoso texto y el final...me resultó encantador. Me gustó hamacarme por acá porque vuelo alto. Saludos!