miércoles, 16 de abril de 2008

Crema del cielo

Hoy venía en el subte con una compañera de grupo y, por esas cosas de las gripes de invierno, tuve que abrir mi mochila para sacar un pañuelo. Mi compañera, curiosa y lúcida, leyó en un santiamén las tapas de los libros que llevaba y me instó a que le respondiera por qué los tenía ahí secuestrados, todos juntos y al mismo tiempo y si tenía cierto empecinamiento con esos libros en particular -dijo algo así, pero con tono más cortés. Yo le respondí, con cierta inocencia, que no se trataba tanto de gustos, aunque la mayoría de los libros me gustan y mucho, como de un trabajo -que en definitiva es lo que es- lo cual requiere de mí un rigor crítico y cierto matiz profesional en el que no puedo sacar la lengua para un costado y vanagloriarme de un disgusto antes de probar el gusto -algo así como pararse en la puerta de la heladería y criticar la Crema del cielo sólo porque es celeste sin darme cuenta que el igual que la crema chantillí, sólo que en su versión pop-.
Si hay algo que me dio la facultad, y lo agradezco, es la posibilidad de poder diferenciar entre el placer y el deber, entre lo que me gusta y sobre lo que trabajo. Y también una enseñanza básica que uno saca de primer grado inferior: primero hay que leer, probar, meterse en la pileta y no erizarse los pelos como gato diciendo "de esta agua no he de beber" porque, más allá de todo, uno se pierde de vivir la vida, disfrutar de libros y películas maravillosas, llenarse la lengua de crema del cielo y sentir que hay algo nuevo que llega para cambiarnos y volver al mundo un lugar diferente del que era ayer.

2 comentarios:

Maria Turner dijo...

que suerte que la facultad te haya enseñado eso, a mi me enseño todo lo contrario: si tenes determinado libro en la cartera no queda bien, si te encontras con alguien y te descubre tenes que poener cara de asco como que lo lees a tu pesar y si es muy muy grave a nivel canon lo que estas leyendo directamente lo forras en papel madera!

aguante jime que se la banca!

Ji. dijo...

Hay que ver hasta qué punto cierto snobismo no se sostiene gracias a la cara de asco. Para poder elegir un buen vino, a veces no sirve ser un gran borracho o un abstemio a rajatabla. De último, uno queda bien o mal, pero lo que se pierde, y esto es lo más triste, es el ejercicio del placer.